martes, 25 de agosto de 2015

¿Podemos errarle al camino?

Las banderas de Igualdad y Fraternidad comienzan a condicionar el postulado esencial de la Revolución Francesa que es el de Libertad.
Libertad es esa tendencia humana de responder a las indicaciones del yo sin otro condicionamiento que el que nos genera la propia conciencia y lo hace mediante la fe directa, la intuición, el amor al prójimo, la voluntad, y las propias convicciones.

Hoy llegamos en cambio a una sociedad basada en esos conceptos artificiales no suficientemente comprobados de Igualdad y Fraternidad, principios que nos dejaron en este populismo exagerado, en un pozo al que ya le podemos ver el fondo

Eso nos hace repensar en las ventajas de la libertad individual, esa capacidad humana que nos diferencia de los animales, esa de tener un objetivo categórico que nos es informado precisamente por el yo y la conciencia, y nada más que por ellos.

Nadie, ni siquiera un pastor, podría indicarnos qué hacer sin coartar de alguna manera nuestra libertad.


¿Un pastorcito mentiroso nos hizo errar el camino? 

Aunque el yo es una ilusión, es lo que nos permite recibir instrucciones  como imposiciones indiscutibles.

Sus indicaciones, por ser más poderosas que todas los demás, son como mandamientos impuestos por una autoridad más poderosa que la sociedad, precisamente quizás con un objetivo superior: que la sociedad pueda armonizarse.
Porque todas nuestras acciones, todos nuestros trabajos no son encargos de patrón alguno sino directamente de nuestro creador, que se las arregla muy bien para instruir tanto al patrón como al empleado sobre su respectiva y complementaria misión en el mundo.


Esto choca contra nuestros pre-conceptos, pero ¿no será el momento de analizar a fondo si no son esos pre-conceptos catequizados prolijamente los que han llevado a la sociedad a este grado de degradación jamás visto?

Comencemos a confiar en el ser humano, la obra cumbre de Dios y no en los pastores, obra cumbre de un demonio harto conocido por todos.


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